Cada día, en cualquier lugar del mundo, tenemos la oportunidad de contemplar un atardecer. Y es que los atardeceres más increíbles, en muchas ocasiones, llegan sin darte tiempo de sacar la cámara, pero a veces somos más previsores y ya preparamos el equipo para poder robarle una instantánea a ese sol tan perfecto.
Hay atardeceres que se encuentran y atardeceres que se buscan, pero ambos nos producen la misma fascinación. Cuando viajamos siempre marcamos en el mapa aquellos miradores, terrazas o colinas donde el sol posa cada día ante las miradas de tantos viajeros.
Los atardeceres viajeros nos conectan de un modo simple con lo que ya conocemos, el ocaso y sus colores, y simultáneamente nos hacen sentir como si fuera nuestro primer atardecer. A veces la expectativa proviene de todas las fotos que hemos visto antes de llegar hasta allí, y a veces proviene de la multitud que nos rodea atenta a las cámaras de los celulares.
Otros atardeceres viajeros suceden naturalmente frente a nosotros sin investigación previa ni entradas o traslados. La ceremonia es la misma, sentarse a contemplarlos y dejarse llevar por ese movimiento casi mágico en el que sol de colores cada vez más vivos se pierde en el horizonte.
He aquí la esencia de este post, atardeceres que nos han marcado como viajeros ambulantes, nos han trasladado a otras épocas, a otras vidas. Porque muchas veces la chispa del viaje ocurre justo cuando acaba el día y solo tienes ganas de echarte a dormir con las buenas noches de un sol que se pone para todos en todas las tierras del mundo.
- Torre de la princesa (Estambul, Türkiye)
Cruzamos a otro contienente para llegar a la puesta de sol sobre la Torre de la Doncella llamada en turco Kiz Kulesi. Sobre el lado asiático de Estambul, antes de la pandemia, un café repleto de alfombras y té con menta que estaba en la orilla del Bosforo.
No había rastros de este bar, aunque existen unas escalinatas para improvisar un pic nic. Sin embargo, el calor de la tarde nos llevó a la terraza del bar Filizler Koftecisi con vistas privilegiadas para este atardecer asiático.
- La Bahía de Railay (Railay Bay, Tailandia)
Un avión, un bus y una lancha necesitamos para llegar a Railay Bay en Tailandia. Esta isla paradisíaca donde pasaríamos 3 noches nos recibió unas 2 horas antes de la caída del sol y con la marea retirada de la playa. Dicen que la primera impresión es la que cuenta, pero afortunadamente esta vez no fue así.
Después de dejar el equipaje caminamos por la costa con una especie de desilusión por la falta del mar para refrescarnos. Un rato después todas esas emociones se diluyeron cuando el sol jugaba entre el mar y las inmensas rocas que parecían dibujadas en el horizonte.
La naturaleza tiene sus tiempos y movimientos es cuestión de entregarse a su belleza tal como es y disfrutar lo que nos depara en los distintos momentos del día.
- Atardecer en el Nilo (Luxor, Egipto)
Elegimos un hotel en Luxor con vistas al Nilo y eso era innegociable. Los días en Egipto siempre son intensos, y luego de una ducha nos acomodamos en el balcón para admirar desde allí el atardecer en un cielo libre de nubes.
Nuestras mentes asociaron ese momento con las imágenes que habrán vivido otros habitantes de esa milenaria civilización. El sol naranja desapareció en el Nilo y al mismo tiempo las luces de la necrópolis del Valle de los Reyes se encendieron. No había magia puesto que alguien será encargado de prenderlas cada noche, pero desde aquel balcón sentimos que ese espectáculo era para nosotros.
- La Isla Feliz (Aruba)
Viajamos a Aruba a sabiendas de sus famosos ocasos. Cada tarde repetimos la ceremonia de estar sentados en la playa con un trago de Aruba Ariba en mano, esperando la hora indicada en la Isla Feliz. Aunque éramos conscientes de lo que esperábamos ver, y aunque la escena diaria ya nos era familiar, no hubo un atardecer igual a otro.
Algunos días las nubes blancas y otros las nubes negras posaban ante nuestros celulares. Algunos colores rojizos o algunos colores rosados. Un velero, un barco, algún deportista acuático o los perros de la playa. Nunca estuvimos solos y quizás nunca estuvimos mejor acompañados que en esos 8 atardeceres de ensueño.
- Villa Epecuén (Buenos Aires, Argentina)
Un fin de semana a 500 km de casa nos prometía conocer la historia de una trágica inundación y las ruinas de una ciudad que supo verse repleta de turistas. Casi estábamos solos caminando por lo que fue la calle principal de este paraje de la provincia de Buenos Aires, cuando tuvimos que apurar el paso para llegar a la orilla del lago al momento del atardecer.
La luz reflejaba sobre el agua los árboles secos por la sal y los restos de las construcciones que orgullosamente recibían a tantos viajeros dos décadas atrás. El silencio, los colores, y las imágenes duplicadas en este espejo de agua nos hicieron sentir muy afortunados. Con una mezcla de nostalgia y admiración nos perdimos en ese atardecer que se sintió como un regalo.
He aquí el fin de esta premisa. Qué difícil es elegir unos cuantos atardeceres entre tantos que hemos vivido a lo largo de los años. La presencia de ese sol que muere es la esperanza de que mañana nacerá otra vez, y así, una y otra vez…
Según cuenta la leyenda somos Natalia y Daniel, entreverados en la vida y en los proyectos. Los viajes sacan la mejor versión de nosotros, ella con su método y yo con el ojo avizor construimos una amalgama perfecta. Compartir, acompañarnos, reflejando nuestro compromiso de vida y construyendo a cada instante ese algo nuevo, ese nacimiento, este rinconcito…
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